El Peregrino, una historia de Juan Morales Alcudia (Me enamoré de la Luna)

En Espiritualmente queremos compartir con vosotros un capítulo de un libro fantástico escrito por Juan Morales Alcudia, Me enamoré de la luna, como aperitivo a la conferencia que su autor dará en Feria Espiritualmente .

En Me enamoré de la Luna, Juan Morales Alcudia  nos habla sobre el proceso del enamoramiento al desenamoramiento a través de las diferentes fases lunares: un recorrido psicológico por el amor para contar lo que somos.

El peregrino

Abrió las puertas de su alma nada más nacer la primavera. Él, siempre tan cauto, ella, tan dada siempre a los silencios… “Tengo el sueño de vivir la vida entera contigo”- dijo él. Y ella, como si tal cosa, no tuvo más que añadir: “y yo, como que me gustaría sentir que la luna tiene por fin algo de sentido” Y, pese a que ambos sabían de antemano que el planeta tenía luz propia por sí mismo, decidieron confirmar esa promesa en un abrazo.

Nada supo de todo aquello la flor que pisaron sus zapatos. O la hormiga. Insecto que, inducido por el rayo de sol que declinaba en aquel preciso instante, tuvo la mala idea de surgir a destiempo de su nido. Se abrazaron. El bosque les había dotado de la intimidad necesaria, del acorde requerido. Un remanso de hojas tiernas movió la copa de la encina. El tiempo era propicio para la confidencia y el silencio: “¡He estado esperando tanto tiempo este momento!” Y él, como que no pudo aguantarlo más: “¿Y por qué no te vienes a vivir lo que resta conmigo?” Y ella, como que pensándoselo dos veces, no alcanzó más allá de decir: “No todo es tan sencillo” Miedo. Puro y simple miedo. Así que, él, captando la intersección del camino, lanzó un último suspiro: “Te necesito. Tengo el alma hueca ¡desearía tanto llenarla con tu sonrisa! Y ella, como que no pudo hacer nada más que ruborizarse: “Me temo que te equivocas una vez más. Tengo un pasado muy negro”

Y, mientras tanto, él, asediado por la pena, roto por aquel puente de palabras derruido que le minaba la vida, iba forjando el abismo: “Está bien. Como quieras. Tuyo es tu futuro” Y ella: “Tal vez en otra ocasión” Y él: “Sí, tal vez”

Así que, como ya no quedaba más que hacer en aquel cruce de caminos, el peregrino, retomó la mochila, intentó no mirar atrás y eligió no hacer nada para impedir que las lágrimas marcaran el camino que en aquellos instantes iniciaba.

Y ella, no pudiendo mirarlo ya por más tiempo a los ojos, como que dio media vuelta. No, no tenia ganas de seguirlo. No tenia ganas de volver a tropezar de nuevo ante la misma piedra. Quería morirse. Sin embargo, su cuerpo, lejos del dictamen del alma, tenía ganas de seguir viviendo. Puede que se preparase. Que intuyese demasiado cercano el retorno de la soledad. No, sin el auxilio del alma, era cuanto menos complicado sentir el abrigo del consuelo momentáneo y la suerte que el azar le había brindado: los besos quemando en los labios, el cuerpo que ya no estaría a su vera….: “Y si…y si…” Miró alejarse al peregrino sentada en una roca. Y él, como que seguía pensando en el porqué de aquel futuro que jamás llegaría. En aquella sonrisa, en aquella ternura, en aquella bondad… Sí, sin duda alguna, merecía algo mejor. Algo más sólido. En modo alguno podía apoyar la cabeza entre las manos. Sabía que resignarse a martirizarse con el pasado era mala cosa…

En consecuencia consigo mismo, concluyó que tal vez todo había nacido sin catre y macarrones y, por tanto, de una manera excesivamente serena.

El crepúsculo confirmaba ya por aquel entonces la presencia del ocaso. Sin embargo, el camino de él brilló unos instantes más en la oscuridad cuando las estrellas tomaron el protagonismo que hasta ahora nosotros habíamos reservado exclusivamente a las lágrimas del caminante. Así que, a qué dudarlo, el ulular de la lechuza no fue más que una señal, un aviso para el corredor de fondo que, lejos de la buena forma, sólo tiene que correr. Y así lo hizo: pisando una a una todas y cada una de las lágrimas que él mismo había ido renovando en cada fuente, en cada pensamiento, en cada noche sin ella.

Y así, y, pese a dar vueltas por aquí o correr de aquí para allá para preguntar lo indecible, ella, siempre llegaba a destiempo: “Sí. Ya sé a quién se refiere. Estuvo ayer aquí. Se le veía triste” “Sí, señorita. Pasó por aquí. Dijo algo de que tenía que seguir mirando hacia el futuro. Tampoco me haga usted demasiado caso, verá, yo ya soy muy mayor y…” No obstante, algo había en sus ojos que delataba que debió ser sin duda algo demasiado hermoso lo que dejó en el pasado” Y ella, al sentir este tipo de confesiones, como que no deseaba otra cosa que ser siempre presente. Así que, harta y aburrida, cansada en grado sumo de llegar a destiempo a tanto cruce de camino, se sentó: “Nada puedo hacer ya” Cierto: nada quedaba ya por hacer. Entretanto, el camino del peregrino, atrapado por el polvo de sus pasos, había perdido parte de su luminosidad. Llegaron las viejas golondrinas a sujetar los alambres. La mujer, sentada sobre la roca, se entretenía entonces contemplando la majestuosidad de sus vuelos ignorando que, a sus pies, iba naciendo una flor. También ella insistía en hacerse un hueco en la vida- el hueco que, en este caso, una roca le negaba. Cerca del atardecer, reventó toda su luz. Entonces, se rompieron todos los relojes. El mismo cruce, el mismo punto, el mismo paisaje. Algo había tenido que ver en ello su cerebro, pero, a aquellas alturas ¿quién podía dudar que no fuese cierto? Surgió de nuevo la hormiga. La tierra parecía haberla regurgitado nuevamente: “¿Me estaré volviendo loca?”- pensó la mujer.

Sin embargo, para entonces, pudo comprender con suma claridad las palabras del destino. Y más, cuando la mano del peregrino acompañó por fin la voz de su espeso silencio: “¿Quieres borrar tu destino?”  “Sí, ¿por qué no? ¡te he estado esperando tanto tiempo!… Pensé que no volverías” – dijo ella” “Y yo, como que te he llevado todo el rato en la cabeza. Nunca poco fue tanto. Sin embargo, algo me trajo de nuevo a ti” “¿Sí?” “Sí, pero no me preguntes el qué: ni yo mismo tengo tal respuesta”

Así que, una vez conjurados los pormenores que cada cual fue narrando a su manera, ambos decidieron que nada más quedaba ya por hacer, que no fuese otra cosa que afrontar con convicción el resto del camino.

© 2010 Joan Morales Alcudia – © Los Libros de Umsaloua

Los días 7-8 y 9  de Octubre, en Feria Espiritualmente tienes un gran espacio para aprender, un lugar en el que encontrar muchas respuestas

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